A mediados de los 80 sonó la Alarma; investigadores que trabajaban en la Antártica detectaron una pérdida periódica de ozono en las capas superiores de la atmósfera por encima de este continente. El ozono, actúa como filtro de protección natural contra la radiación ultravioleta, así que su desaparición era un grabe peligro para la biosfera. El causante de este horrible suceso era un grupo de compuestos conocidos como clorofluorocarbonos (CFC).
Los CFC, que se conocen con el nombre comercial de freones, se sintetizaron por primera vez en los años 30. Debido a sus propiedades físico-químicas, estabilidad química, baja toxicidad, no combustibles, volátiles etc... Estos compuestos eran usados para muchos usos como por ejemplo; refrigerantes, impulsores en los aerosoles, combinados con materiales, etc. Era un producto económico e ideal.
Los medios se hicieron eco de la noticia, no había día que el agujero no dejara de crecer, y las predicciones eran apocalípticas, así que la opinión publica empezó a exigir medidas a los gobernantes.
Así que en 1985, una convención de las Naciones Unidas, conocida como Protocolo de Montreal, firmada por 49 países, puso de manifiesto la intención de eliminar gradualmente los CFC de aquí a finales de siglo. En 1987, 36 naciones firmaron y ratificaron un tratado para la protección de la capa de ozono. La Comunidad Europea propuso en 1989 la prohibición total del uso de CFC durante la década de 1990.
Y poco a poco, la noticia fue desapareciendo de los medios, al igual que lo hacían las hombreras y la laca.
Aunque parezca mentira el agujero ya era conocido muchos años antes, en concreto fue descubierto y demostrado por Sir Gordon Dobson (G.M.B. Dobson) en 1960, pero este lo atribuyó a las condiciones meteorológicas extremas que sufre el continente Antártico. Y no fue hasta más tarde que los científicos, con Mario J. Molina a la cabeza, dieron la voz de alarma.
Además, el seguimiento de las reducciones del ozono ha revelado que se trata de un fenómeno anual observado durante la primavera en las regiones polares y que es seguido de una recuperación durante el verano.
Y estudios posteriores sostienen que la influencia de las 7.500 toneladas de cloro provenientes de CFC que ascienden anualmente a la estratosfera es mínima frente a los 600.000.000 de toneladas de cloro y flúor (otro gas agresivo) en forma de sales que escapan de los océanos como aerosoles. A estas cantidades de compuestos químicos de origen natural habría que sumarles los aportes de metilcloro por incendios de bosques y, por lo menos, otros 36.000.000 de toneladas anuales en forma de HCl proveniente de erupciones volcánicas. Es decir, que seria como decir que por tirar un kilo de sal al mar cada año estamos aumentando su salinidad. Pero no se vosotros, pero yo no he oído nada de esto en la televisión, ni en ningún medio.
En parte los medios hicieron su juego de siempre. Hoy eres lo más importante, mañana no nos acordaremos de ti, ni para hacer chistes malos. Y la gente con su mala memoria, hizo el resto.
En todo caso, es un ejemplo mas de cómo funciona este mundo, y que ante todo, debemos ser muy críticos. – Sabemos mucho, pero aun desconocemos mas cosas -.