lunes, enero 16, 2006

La 'imparable' catástrofe climática

Tema: Cambio Climático

ANDREW BROWN (The Guardian / EL MUNDO)
lunes 09/01/2006 12:27

LONDRES.- James Lovelock, el científico que revolucionó las ciencias medioambientales cuando dio a conocer su hipótesis Gaia -una teoría en la que asegura que la Tierra y toda su materia viva constituyen un sistema autorregulado que busca un entorno óptimo para la vida- ha logrado soliviantar a los ecologistas de todo el mundo tras prestar su apoyo a la utilización de energía nuclear.

Pero en lo que se refiere al cambio climático, está convencido de que el desastre es inevitable, aunque en su opinión, dicha catástrofe puede llegar a resultar muy útil.

Nos encontramos con Lovelock -cuya biografía, Homenaje a Gaia, se acaba de publicar en España (ed. Laetoli)- cómodamente sentado en su estudio a orillas del río Devon, en el suroeste de Inglaterra, mientras se dedica a la contemplación de un universo que camina inexorablemente hacia su ruina.

Enfrente de él, y sobre un gran monitor plano que conforma un amplio panel, se puede contemplar un mapa climático del hemisferio norte que se actualiza constantemente y que muestra pruebas inequívocas de la existencia de un severo cambio climático. Por ejemplo, en el mapa se puede apreciar, claramente, que el agua aún no se ha helado por completo alrededor de Groenlandia, aunque (en el momento de realizar la entrevista) ya nos encontráramos a principios de diciembre.

La habitación en que se encuentra Lovelock está absolutamente repleta de libros e instrumentos, algunos de los cuales los ha construido él mismo. Detrás del monitor, sobre el alféizar de una ventana, hay algo que parece ser un pequeño modelo, hecho en aluminio, de un insecto con antenas. Sin embargo, éste es su instrumento más famoso, un detector para la captura de electrones, un artilugio extraordinariamente sensible del que Lovelock se sirvió, en los años 60, para demostrar que la atmósfera estaba llena de residuos de pesticidas.

Posteriormente, ya durante la década de los 70 y también por medio de ese mismo aparato, Lovelock demostraría, asimismo, que la atmósfera estaba, también, repleta de partículas CFC (clorofluorocarbonos). Ambos descubrimientos fueron de una enorme importancia para todos los movimientos verdes.

Extinciones masivas

Sin embargo, para dichas organizaciones, más importante aún, incluso, que los anteriores descubrimientos fue la aparición de la hipótesis Gaia de Lovelock. Esta es una teoría según la cual la Tierra y todas las formas de vida que en ella existentes constituyen, en su conjunto, un sistema autorregulado que se ha venido manteniendo a sí mismo durante más de 3.000 millones de años.

La hipótesis Gaia parece ofrecer una base racional para ese espíritu religioso que tanto alienta e inspira a muchos medioambientalistas. Sin embargo, en este caso no se trataría de ninguna clase de deidad de peluche por la que se pueda sentir un cierto afecto. La mayor parte de las formas de vida existentes -para muchos de los partidarios de la hipótesis Gaia, serían todas ellas- han sido anteriormente bacterias. Y la historia de las extinciones masivas habidas a lo largo del tiempo nos viene a sugerir que la existencia vital incluso de algo mucho mayor que una simple bacteria será, siempre, muy precaria también.

«Si se produjera una guerra nuclear, y la Humanidad entera llegara a desaparecer, la Tierra respiraría con alivio. Y eso sería así porque a la Tierra le trae sin cuidado la existencia de radiaciones. Desde el punto de vista del Planeta, éste podría exclamar algo así como 'la existencia de los humanos ha sido un experimento muy desagradable. Me alegro de que haya finalizado'», asegura el científico.

"Si una guerra nuclear eliminara a toda la Humanidad, la Tierra respiraría con alivio"


Sin embargo, el decidido apoyo de Lovelock a la energía nuclear le convirtió en un auténtico hereje a los ojos de muchos militantes verdes. La energía nuclear, asegura Lovelock, es mucho más segura que cualquier otra alternativa existente en la actualidad y la necesitamos desesperadamente para que nos ayude a sobrevivir a los efectos del calentamiento global. «Para poder salvarnos, necesitamos disponer de un programa nuclear apropiado. Los verdes no parecen entender que, sin electricidad, se produciría un colapso de toda nuestra civilización actual».

«Imagínese qué podría ocurrir si en Londres no hubiera electricidad. Al cabo de tres semanas se habría convertido en una ciudad parecida a Darfur». Lovelock dice no disponer de tiempo suficiente como para entretenerse en toda esa serie de argumentos, a largo plazo, sobre residuos nucleares y seguridad, porque cuando se produce una situación de crisis, uno hace lo que necesita hacer para lograr sobrevivir. «Para el Planeta, debemos ser como una especie de paramédicos. Lo que tenemos que hacer es estabilizar el sistema».

Lovelock cree que es una presunción ridícula suponer que podemos salvar el mundo. El que se produzca un cambio climatológico muy serio es, en estos momentos, algo absolutamente inevitable, hagamos lo que hagamos. Hacia mediados del presente siglo, afirma Lovelock, la capa de hielo del Ártico habrá desaparecido por completo.

Hacia finales del mismo, las selvas tropicales habrán desaparecido también y se habrán visto reemplazadas por la mayor de las desolaciones. La temperatura de la Tierra se habrá elevado en ocho grados centígrados, el mismo nivel de temperatura que tuvo en tiempos remotos, y probablemente se mantendrá así durante otros 200.000 años.

«En cierto sentido, y dado que formamos parte de un sistema, lo que sí podemos decir es que nosotros somos la conciencia del Planeta. Formamos parte de él y nunca deberíamos considerarnos como algo aparte. Resulta verdaderamente grotesco pensar que podemos llegar a ser sus administradores. Lo que tenemos que hacer es luchar contra él. Y somos nosotros quienes habremos de hacer las paces mientras aún estemos en una posición lo suficientemente fuerte como para poder imponer ciertas condiciones y no hacer demagogia con el tema. Yo veo Kioto de la misma manera que veo Múnich. Es un simple intento de ganar tiempo antes de que comience la verdadera batalla».

Todos esos artilugios e instrumentos que pueden verse colocados a todo lo largo y ancho de las cuatro paredes del estudio de Lovelock resultan esenciales a la hora de intentar descifrar los procesos mentales de este científico. Y es que, en su trabajo, y desde que él mismo puede recordar, Lovelock siempre ha venido empleando las manos tanto como la mente.

Lovelock hace un ademán, señalando hacia el mapa climático del monitor que se encuentra justo enfrente de él. «Con bastante frecuencia, imagino que el consciente es algo así como la pantalla de un monitor. El auténtico procesamiento de los datos está produciéndose en cualquier otro lugar. Ahora, imagínese a alguien tratando, por ejemplo, de poner un cuadro de Vermeer en la pantalla de un teléfono móvil. Si no utiliza las manos en lo que está haciendo, eso nunca llegará hasta el inconsciente de la forma más apropiada».

Apetito por la vida

«La ciencia resulta mucho más costosa de lo que debería ser porque la mayoría de los científicos no fabrican sus propios instrumentos. Podrían hacerlo, pero no lo hacen, y por eso no tienen ni la menor idea de cómo funcionan esos instrumentos comerciales, mientras que si el aparato lo has construido por ti mismo tienes, necesariamente, que entenderlo».

El apetito que James Lovelock siente por la vida sigue siendo pantagruélico. «Una de las cosas más desagradables con las que me encuentro en la actualidad es con el hecho de que la gente joven viene a verme para preguntarme si existe alguna esperanza. Y por supuesto que hay esperanzas. En estos momentos, nos estamos dedicando simplemente a esperar, tal como si nos encontráramos en los años 30, cuando todo el mundo sabía que la guerra se iba a producir pero nadie sabía qué hacer al respecto».

«Pero en el momento mismo en que estalló la guerra, todos nos pudimos dar cuenta de que las perspectivas que se nos abrían eran sumamente desoladoras. Aun así, se produjo en todos nosotros un maravilloso sentimiento de buenos propósitos. No había bienes de consumo y todos los alimentos estaban estrictamente racionados. Sin embargo, nunca consideramos que aquellos fueran unos tiempos de total y absoluta desesperación. Cuando el cambio climático empeore aún más, entonces se producirá un verdadero desastre, pero eso estimulará un cambio de actitud que será positivo para cambiar las cosas de verdad».

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